jueves, 14 de febrero de 2008

Por qué es peligrosa la politización de la ciencia I

Imaginemos que aparece una nueva teoría científica que nos advierte de una crisis inminente y señala una posible salida.
La teoría atrae de inmediato el apoyo de los principales científicos, políticos y celebridades del mundo. Financian la investigación destacados filántropos y la llevan a cabo prestigiosas universidades. Se informa de la crisis con frecuencia en los medios de comunicación. Los conocimientos científicos pertinentes se enseñan en las aulas de institutos y universidades.
No me refiero al calentamiento del planeta. Hablo de otra teoría, que cobró prominencia hace un siglo.
Entre quienes la apoyaron se incluían Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson y Winston Churchill. Fue aprobada por los jueces del Tribunal Supremo Oliver Wendell Holmes y Louis Brandeis, que se pronunciaron a favor. Entre los famosos personajes que la respaldaron estaban Alexander Graham Bell, inventor del teléfono; la activista Margaret Sanger; el botánico Luther Burbank; Leland Stanford, fundador de la Universidad de Stanford; el novelista H. G. Wells; el dramaturgo George Bernard Shaw, y muchos más. Dieron su apoyo numerosos premios Nobel. Contribuyeron a financiarla las fundaciones Carnegie y Rockefeller. El Cold Springs Harbor Institute se construyó para llevar a cabo la investigación, pero también se realizaron aportaciones importantes en Harvard, Yale, Princeton, Stanford y Johns Hopkins. Se aprobaron leyes para afrontar la crisis en muchos estados desde Nueva York hasta California.
Estos esfuerzos recibieron el apoyo de la Academia Nacional de las Ciencias, la Asociación Médica Americana y el Consejo Nacional de Investigación. Se dijo que si Jesús hubiese vivido, habría respaldado este esfuerzo. En total, la investigación, la legislación y el encauzamiento de la opinión pública en torno a la teoría se prolongaron durante casi medio siglo. Quienes se opusieron fueron obligados a callar y tachados de reaccionarios, ciegos a la realidad o simplemente ignorantes. Pero en retrospectiva lo sorprendente es que plantease objeciones tan poca gente.
Hoy día sabemos que esta famosa teoría que tanto apoyo recibió era de hecho pseudociencia. La crisis que postulaba no existía. Y las medidas tomadas en nombre de esa teoría eran incorrectas desde un punto de vista moral y penal. En última instancia provocaron la muerte de millones de personas.
La teoría era la eugenesia, y su historia es tan espantosa -y para quienes se vieron envueltos en ella, tan vergonzosa- que en la actualidad apenas se habla. Pero debería ser conocida por todos los ciudadanos para que sus errores no se repitan.
La teoría de la eugenesia postulaba una crisis de la dotación genética que conducía al deterioro de la especie humana. Los mejores seres humanos no se reproducían con la misma rapidez que los inferiores: los extranjeros, los inmigrantes, los judíos, los degenerados, los incapacitados y los «débiles mentales». Francis Galton, un respetado científico británico, fue el primero que especuló en este terreno, pero sus ideas se llevaron mucho más lejos de lo que él preveía. Las adoptaron los norteamericanos con formación científica, así como aquellos sin el menor interés en las ciencias pero preocupados por la inmigración de razas inferiores a principios del siglo xx: «peligrosas plagas humanas» que representaban «la creciente marea de imbéciles» y que contaminaban lo mejor de la especie humana.

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